No comían sentados en sillas como hoy, sino que preferían hacerlo tumbados en camas. Para los romanos ricos, la comida era servida por esclavos.

Mientras que los romanos pobres sólo comían gachas de cereales y pan para desayunar, comer y cenar, los romanos ricos tenían una dieta mucho más variada. Para desayunar tenían pan, fruta y leche. El almuerzo consistía en pan, nueces, higos, aceitunas, queso y huevos, por ejemplo. Para cenar, se sirvió un auténtico festín, consistente en un entrante con pan, lentejas, pepino, ensalada, aceitunas, setas, huevos y cebollas, un plato principal con carne de cerdo, salchichas, oca y liebre. Los pobres romanos sólo podían soñar con una comida así.

Nosotros, como clase, teníamos claro que queríamos comer como los ricos romanos y votamos juntos quién debía traer qué ingredientes a nuestro festín. Comimos frutas como granadas, manzanas, albaricoques, higos, aceitunas, uvas y diversas ensaladas. La carne era de pintada, codorniz y faisán. El pan casero, nuestro zumo de manzana casero y el zumo de uva tampoco podían faltar.  

Ahora sólo era cuestión de preparar nuestro festín. Para ello, ese día pudimos utilizar la cocina con comedor de nuestra escuela. Nos dividimos en pequeños grupos. Un grupo se encargó de hornear pan. Los demás prepararon la carne y las ensaladas y montaron el comedor como en la antigua Roma. Cuando todo estuvo listo, pudimos comer juntos nuestra comida deliciosamente preparada. Todos disfrutamos mucho y quedamos satisfechos.  

Fue una experiencia agradable y la selección de fruta, verdura y carne demuestra que los ricos romanos ya tenían una dieta muy equilibrada y variada. Los pobres romanos, en cambio, tenían una dieta muy unilateral. Cabe suponer que los romanos ricos enfermaban menos y tenían una esperanza de vida mucho mayor que los romanos pobres debido a su dieta sana.